sábado, 30 de julio de 2011

Chronicle of an announced wound

My soul is tired,
tired of fight against something i can never win,
goin to that dark and lonely abysm
where only me i can see my own tears
falling down.. in silence.
Tired to feel as i feel, to belive what i belive,
to be stucked in that way that dries my inside..
I'm tired to taste my own prision,

to hurt what i love, not to do what is right,
to be static as a rock in the storm..
to dream and longing what i'll never possess..
Collector of wounds..
seller of dreams..
I'm the naive soul that always wants the rose
beyond its own garden..
the nightinale of Wilde,
the frozen shadow writing about
the white of the light while i'm in the darkest room..

In my own place,
my voice is a whisper singing a lullaby to myself,
to fall asleep into the deepest sleep
that let's me forget and wake up again as reborn..
thinking that i'm purer, whiter, a better soul..
then maybe i can have the strenght to cross the line  
that lets me see and feel with the eyes of a child.

miércoles, 27 de julio de 2011

The Tunnel

En la inmensa oscuridad de la noche, me conduelo de mi misma, de mis sentidos agónicos, de  mi corazón maltrecho, de estos sentimientos tirando de mí en tan  diversos abismos, llamándome al olvido y  a la desesperanza.
Vivo con una soledad que no pedí, que no busco... pero que me persigue cual compañera y amante de mis noches más frías y temerarias, donde todo lo vivo como un relámpago de emociones encerradas dentro de mi alma, y no puede percibirse nada más en esta penumbra, nada más que la tenue mancha de mis ojos muy abiertos, asustados en esta inmensidad donde soy sólo un murmullo más, en esta noche desquebrajada del templo de mi alma que yace en pie con esta tibia flama suspendida en el tiempo.
Coleccionista de heridas, esta es la crónica de un sufrimiento escondido, callado y perverso.
Sigiloso andar de días fríos y muertos, oscuros túneles por donde se va la vida, entre añoranzas y sueños rotos, espejos que horrorizan nuestro pecado, nuestra naturaleza más pueril.
También yo estoy mirando a través de los muros de un vidrio, y también espero esa sombra adorada y apacible que calma las tormentas de mi alma.. pero sólo lo veo entre sombras, lejos a la distancia.. a veces está tan cerca que lo toco con mis dedos de piedra que se funden en el calor de esa comprensión muda y descifrada, donde somos uno en ese  breve instante de tormentosas miradas que se desnudan los secretos más íntimos a la luz de un suspiro, el regalo de un sentimiento puro que dice te quiero con la voz del amor y el cariño.. y a veces, muchos momentos tristes y rotos, está tan lejos, imperturbable ahí donde no lo veo, moviéndose a la distancia de mis lágrimas, con un silencio que aumenta mi locura, con las ansías contenidas en mis manos que esperan y aguardan en vano.. pero él no llega, escondido ahí, en algún rincón donde mis palabras no le tocan y mis miradas no cubren su ser cubierto de rosas y espinas; donde poco y lentamente sucumben mis esperanzas todas, en la lenta agonía de luchar con los seres oscuros que invaden mi alma.
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::


Extracto de la obra El Túnel, de Ernesto Sábato que refleja el lado más profundo y solitario, más ávido y cierto, más cercano, a los sentimientos de mi propio ser.


XXXV

FUE UNA ESPERA interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo donde María y yo estábamos frente a frente contemplándonos estáticamente, y otras veces volvía a ser río y nos arrastraba como en un sueño a tiempos de infancia y yo la veía correr desenfrenadamente en su caballo, con los cabellos al viento y los ojos alucinados, y yo me veía en mi pueblo del sur, en mi pieza de enfermo, con la cara pegada al vidrio de la ventana, mirando la nieve con ojos también alucinados. Y era como si los dos hubiéramos estado viviendo en pasadizos o túneles paralelos, sin saber que íbamos el uno al lado del otro, como almas semejantes en tiempos semejantes, para encontrarnos al fin de esos pasadizos, delante de una escena pintada por mí, como clave destinada a ella sola, como un secreto anuncio de que ya estaba yo allí y que los pasadizos se habían por fin unido y que la hora del encuentro había llegado.

¡La hora del encuentro había llegado! Pero ¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comunicado? ¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos como antes, aunque ahora el muro que los separaba fuera como un muro de vidrio y yo pudiese verla a María como una figura silenciosa e intocable... No, ni siquiera ese muro era siempre así: a veces volvía a ser de piedra negra y entonces yo no sabía qué pasaba del otro lado, qué era de ella en esos intervalos anónimos, qué extraños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momentos su rostro cambiaba y que una mueca de burla lo deformaba y que quizá había risas cruzadas con otro y que toda la historia de los pasadizos era una ridícula invención o creencia mía y que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del muro de piedra yo había visto a esta muchacha y había creído ingenuamente que venía por otro túnel paralelo al mío, cuando en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había entrevisto el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había intrigado el lenguaje mudo, la clave de mi cuadro. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad.

Y a veces sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome muda y ansiosa (¿por qué esperándome? ¿y por qué muda y ansiosa?); pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en lugares inaccesibles o torpes.
Y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.